¿Qué fue
“la movida”, y que fue para el cine?
A finales
de los años 70 y durante buena parte de los 80 la ciudad de Madrid vivió una
gran explosión de creatividad artística. Cantantes y grupos como Los Secretos,
Nacha Pop, Alaska y los Pegamoides o Radio Futura no dejaban de tocar en salas
como la mítica Rockola, Carolina o El Sol. Pintores, diseñadores o fotógrafos
como Cesepe, El Hortelano o Ouka Lele dibujaron, retrataron y dieron color a
sus alocadas noches, mientras que escritores como Eduardo Haro Ibars o
Francisco Umbral se convirtieron en el poeta y en el cronista respectivamente
de ese tiempo.
Más que
un movimiento artístico uniforme, “la movida” fue un estado de ánimo; el
resultado de la excitación general de toda una generación que por primera vez
se sentía libre y protagonista de su presente y de su futuro. El término
“movida” dio la vuelta al mundo y muchos periodistas de distintos países viajaban a Madrid para escribir
y hacer reportajes de semejante fenómeno. Algunos de ellos con un considerable
despiste. Como un japonés que, en una ocasión, le pidió a Pedro Almodóvar el
teléfono de la movida para hacerle una entrevista pensando que se trataba de una persona.
Naturalmente el cine no podía vivir ajeno a la gran sacudida social y
artística que se palpaba aquellos días a pie de calle y se subió también a la
cresta de esa gran ola de modernidad. De entre todos aquellos locos por el cine
que pululaban dentro de la movida madrileña comenzaba a destacar un joven
manchego que trabajaba como auxiliar administrativo en la Compañía Telefónica.
Escribía provocadores guiones de cómics, y colaboraba sin parar publicando
relatos en revistas “underground” como Víbora o Star. Para otra de ellas, La
Luna, había creado un personaje femenino llamado Patty Diphusa, toda una sex symbol y estrella internacional del porno, cuyas
peripecias nocturnas se convirtieron en
una especie de crónica de aquellos “movidos” años. Pero lo que de verdad hacía que su nombre
corriera como la pólvora por el mundillo de la noche madrileña era la
proyección de sus cortometrajes
rodados en Super-8. Como no tenía dinero para sonorizarlos, él mismo, en vivo y en directo, se encargaba de narrarlos e interpretarlos
ante el delirio y las risotadas del público que asistía a esas insólitas
sesiones. Era Pedro Almodóvar.
Pedro
Almodóvar nació en Calzada de Calatrava en 1949. A los ocho años emigró con su
familia a Extremadura y mientras estudiaba el bachillerato se aficionó al cine
de forma tan apasionada como compulsiva. Con dieciséis se instaló
definitivamente en Madrid en donde comenzó a desarrollar todo el original
universo que llevaba en su interior. Al tiempo que rodaba, proyectaba e
interpretaba sus célebres cortos, Almodóvar entró a formar parte del grupo
teatral Los Gallardos en donde conoció a una joven que también coqueteaba con
la idea de abandonar definitivamente su vida de ama de casa y convertirse en
actriz. Era Carmen Maura. Años
después, evocando con la periodista
Nuria Vidal aquel primer encuentro,
Carmen Maura destacaba el gran
impacto que le produjo Almodóvar: “Era un mundo muy raro el que le
rodeaba, un mundo que me fascinó cuando empecé a conocerle bien. Era una gente
que podía hacer lo que le daba la gana, nadie juzgaba nada, las cosas no se
consideraban tonterías, todo el mundo hacía cosas extrañas que a nadie
extrañaban. Eso me encantaba. Yo estaba unida a ese mundo a través de Pedro,
que me parecía como un hermano pequeño listísimo que nos había salido en la
familia y que había venido del pueblo”. Fue precisamente Carmen Maura quien le
animó para que dejara definitivamente los cortos y se lanzara a dirigir su
primer largometraje: Pepi, Luci, Bom y
otras chicas del montón (1980).